23 sept 2011

PASTA FRESCA

Ama_sar

A MARIA NONONO
QUIEN NOS REGALO LA MAQUINA PARA HACER ESPAGUETIS


Y claro le recordaba muchas cosas.

El hecho de amasar lo había sentido a lo largo de su vida de diversas formas. Ahora ya con los dedos artrósicos, el amasar le proporcionaba un pequeño placer sádico, ya que le dolían. Recordaba aquella mañana cuando su abuela la introdujo en la cocina por vez primera. Debían de hacer casi setenta otoños, con su trajecito almidonado, el los domingos, el trajecito que no se podía manchar, mama reñía. Con ese traje amasó por vez primera y lo puso perdido, perdido de felicidad y harina. La agüela Elvira dijo -ven me vas a ayudar a hacer la masa de la pasta fresca que comeremos hoy, te enseñaré los secretos de los caldos-. Los primos jugaban bajo el sol. Con la tropa de enanos saltarines la abuela se adentro en el bosque a  recoger las primeras setas y flores para aderezar los postres y al mesa. Los niños dejaron la pelota y corrieron haciaentre los arbolesbosques; ella, la más pequeña de la falda amplia de la abuela – me vas a desnudar si sigues agarrada asi de fuerte, no temas es solo  el bosque, y además no te pasará nada porque soy yo la bruja-, -jajaja- sonó como un estruendo en el bosque. Dijo mirando profundamente los ojos abiertos de esa cría que tanto se parecía a ella. Entre las sombras y los cantos les dijo a los niñxs cuales eran las flores y las setas que debían recoger. Y les mostró  cosas hermosaspeligrosas, incluso venenosas.

De nuevo en le cocina le dió la harina, los huevos, sal y agua para que sus pequeñas manos se instruyeran en el arte de la masa.  Para los niños era un juego: hacer masas representaba un acto de libertá, un mancharse, un jugar. Con la harina se podían hacer figuras y obscenidades, servía para pegar cosas, se la ponían en la nariz como mocos, los más mayores entre las piernas y todos enharinados disfrutaban del calor del hogar, la abuela reía y luego sus hijas reñían a sus hijos y a la abuelamadre.

Años después descubrió que se podía  hacer la masa de pizzas o cocas con cerveza. Si la cerveza tenía levadura y agua por qué no se puede hacer la masa así. Y abría las cervezas grandes,- media para la masa media para mí- se decía a sí misma, y hacia. También le venía a la mente aquel día que, y no era cartero, había ese chico llamado dos veces a la puerta en verano y ella había acabado por tumbarlo en la mesa de frio mármol de la cocina y lo había embadurnado de harina por el cuerpo como queriendo amasarlo a su gusto. Un amor estival y luego epistolar. Escribía mejor que besaba, pensó ya cana.

Amasaba y bienmesabe. Y lo combinaba todo, el nero di sepia o el mango. El agua lo sustituía por zumos de naranja en invierno o  de chirimoyas en otoño y en primavera de alcauciles, las hacía de colores espinacas o de azul cielo curaçao, de sabor verde transparente pepino,  de lila lavanda o incluso de amor rojo entrepiernas…

Amasaba y miraba de reojo a su sexta nieta en el cochecito que tenía sus ojos y los de su abuela, -dos cientos años como poco vera la tierra estos ojos-. Le dio con la masa pegajosa en la nariz y esta respondió con una sonrisa sin dientes. Ella tampoco tenía. Ya no había bosques, solo algún árbol suelto dentro de parcelas privadas con chalets adosado, tampoco había setas.  Ella sabía que el espíritu de la bruja buena revoloteaba aún, era varios lustros de generaciones con esos ojos haciendo masa, para pasta fresca…

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