3 ene 2012

LA PROVENZA (Francesa) parte 1#


Algunas estampas gastrofísicas de la Provenza francesa en otoño



A Sonia y Bruno que nos han abierto
al mundo de las ostras en Marsella



 



-Echaré de menos el buen pan, el queso y el buen vino- pensaba tranquilo mientras cerraba la pequeña maleta que lo acompañaría en aquel viaje que comenzaba. Zarpaba del puerto de Marsella en el Mediterráneo, para dar una vuelta al mundo en el barco que él mismo se había construido.

En el atasco de cada día en la autopista que llega del sur a Marsella que toma para volver a casa. El sol cae. La puesta de sol es impresionante. Sobreelevados y parados con otros miles de conductores solitarios, hastiados de trabajar, así están ahora y  divisan cómo el sol se hunde en las aguas del mediterráneo. Llegaban ellos también en ese atasco, por primera vez a esa ciudad. Aparcan en el puerto viejo, donde mañana verán como en pequeños puestos, los propios pescadores vendan la mercancía que esa misma mañana han cogido. En la llegada a Marsella son recibidos con cuatro docenas de ostras, y varias botellas de un vino blanco frío. La conversación durará hasta las cinco de la mañana, antes de acostarse toma algo de pan que moja en vino.

Anduvieron caminando por los valles otoñados de Casterino en los Alpes marítimos del parque del Mencantour durante unas horas, unas briznas de agua flotaban por el ambiente y formaban el arcoíris sobre el valle llamado de las maravillas. Todo era una explosión de color. Preguntó el niño a la madre, porqué el viento no deshacía el arco iris, la madre absorta pensó en el por qué no se lo llevaba al igual que se llevaba las hojas de los árboles o las bolsas de plástico en la ciudad, y quedó en silencio pensativa. El viento se oyó más aún, no dijo nada, el niño no reclamó respuesta. Caminaron un largo rato, subiendo la montaña, viendo los riachuelos de agua glaciar y cristalina, oyendo diversos cantos, hasta encontrar una roca sobre el paisaje del valle. Decidieron que era un buen sitio para comer.

Era otoño y comenzaba la trashumancia en ese mes, su marido andará lejos varias semanas.
Su lecho estará vacío.

Colocaron el mantelito, sacaron pan hecho pueblos abajo en Sospel donde el aroma a horno bajaba con el agua del río. Sacaron también  varios quesos de las montañas cercanas que la mujer del pastor hacía con las recetas ancestrales del valle. Un pollo al horno que la noche anterior habían comprado en Niza paseando por sus calles atestadas de turistas. Sentados sobre el monte como dioses sobre el Olimpo divisaron la grandeza de la geología y la biología. Con un muslo de pollo frío con su gelatina entre los dedos pringados, suspiró la madre. Ese día el niño bebería vino por primera vez, sus pequeños labios rosados se tiñeron de burdeos sangre y notó el viento en su rostro como nunca antes, le recordó la calidez del pecho lácteo de quien ahora le ofrecía vino, de tú a tú.

Era curioso que con la llegada del frío el bosque se tornara cálido. Lleno de rojos y tintes amarillos, el frío acuchilleaba los cuerpos de esos dos amantes que miraban el monte Saint Victoire. En la caravana les espera la pequeña cocina que calentará las truchas compradas por la mañana en Aix en Provence y que prepararán según la receta que un verano probaron en la Rioja, en aquel viaje en el que inauguraron el camión caravana por el norte de la península ibérica, vendiendo las artesanías que juntos hacían. Hoy culminarán  la obra de arte total. No lo saben.

La luna grande sobrevuela la montaña de Cezanne. Con el atardecer este monte cambia el color: de gris a verde a rojo. Parece una gota de agua-roca que contuviera los colores, es un arcoíris pétreo que se da en el tiempo. El monte se cierra en monte, la noche entra en noche y ellos, ya en la furgoneta, con las tibias luces preparan esa trucha en una versión libre de las que probaron en Navarra. Por la ventana son observados por los pájaros de la noche que hacen sonidos románticos o de miedo según se oigan. Tras la trucha y el vino y algunos quesos, esos dos personajes se adentran en el otro a través de besos y chocar pieles, crujen como la piel de trucha frita, crac crac!!, y el amor entra en amor; esa noche ella y él, no lo saben, pero van a engendrar una hija a la que llamaran Luna, Morirá joven. La luna ese día ennegrecerá de tristeza.

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